El Boletín de recursos de información del Centro de documentación Hegoa vía e-mail es una propuesta de distribución de documentación en formato electrónico a los agentes sociales de la cooperación internacional de la CAPV. Cada número ofrece información básica sobre un tema destacado, del que se reseñan recursos de documentación actualizados, así como una sección fija de recursos sobre cooperación internacional.
Indice: Tema central :: Organismos Multilaterales :: Cooperación Internacional :: Cooperación regional y local (descentralizada) :: ONGDs
A finales del año 2010, un incidente trágico pero menor, ya mitológico, en Sidi Bouzid, una ciudad del interior de Túnez, desencadenó el “deshielo” de la única zona del mundo que se había mantenido interesadamente fosilizada desde la 2ª guerra mundial (quizás, más atrás, desde la disolución del Imperio otomano). Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante humillado por la policía, se prendió fuego delante del gobernorado de la ciudad y su muerte provocó un levantamiento popular que derrocó al dictador Ben Alí para sacudir inmediatamente toda la región. El mundo árabe volvía a la “corriente central” de la historia en el momento más inoportuno, a contracorriente de los retrocesos democráticos acaecidos en todo el mundo tras el 11-S y en el marco de la crisis económica global. Cuando no se esperaba de él sino letargo o fanatismo religioso -las dos respuestas trabajadas durante décadas por las dictaduras locales y las fuerzas neocoloniales-, los árabes alzaban su voz, en efecto, para reclamar democracia y dignidad, poniendo así en cuestión un estatus quo dolorosísimo, una “estabilidad” terrorífica que nadie quería en realidad alterar. Bajo ella, como bajo el ámbar, los pueblos árabes habían sufrido durante décadas inmovilizados, ignorados y despreciados.
Ya se trate de falsas repúblicas, teocracias petroleras o monarquías seudoparlamentarias y con independencia del perfil social y económico de las distintas sociedades, todas las poblaciones del mundo árabe comparten -o compartían antes del 14 de enero, fecha del derrocamiento del dictador Ben Ali- un rasgo común: están todas ellas sometidas a regímenes dictatoriales, de mayor o menor intensidad, gestionados por oligarquías diminutas que reproducen su poder a través de prácticas mafiosas y brutal represión policial, acompañadas en la mayoría de los casos de unos niveles de miseria material y vital ignominiosos. Todos estos gobiernos eran y son aliados de occidente y de sus diversificados intereses en la zona: gas, petroleo, política migratoria, sostenimiento de Israel. Ninguno de ellos constituía un obstáculo en el camino del control imperialista de la región, como lo demuestran las muchas vacilaciones de EEUU y la UE antes de abandonar a Ben Ali en Túnez y a Hosni Moubarak en Egipto. O como lo prueban también el apoyo a la familia Khalifa en Bahrein, al presidente Salih en Yemen, al rey Abdalah en Jordania o a Mohamed VI y a Buteflika en Marruecos y Argelia, países éstos últimos donde las protestas fueron reprimidas en embrión ante el silencio generalizado. Por no hablar, claro, de Arabia Saudí, propiedad de la familia Saud, cuyos soldados irrumpieron en Bahrein en marzo para reprimir las justas demandas de los bahreiníes antes de que llegasen hasta su palacio y pusieran en peligro las fuentes petrolíferas fundamentales de los EEUU.
Egipto fue el segundo país en liberarse de su dictador, Hosni Moubarak, en el poder desde 1981. Las protestas comenzaron el 25 de enero, prolongación casi natural de las tunecinas, y condujeron, tras una larga resistencia en la plaza Tahrir de El Cairo y más de 1000 muertos, al derrocamiento del gobierno y la asunción del poder por parte de una junta militar que sostuvo inicialmente las demandas del pueblo. La importancia de Egipto en la región no se puede desdeñar. Segundo mayor destinatario de ayudas económicas y militares estadounidense, aliado estratégico de Israel desde los acuerdos de Camp David de 1978, con el ejército y la población más grande de la zona, la revolución egipcia amenaza el equilibrio imperialista de Oriente Próximo y devuelve el país del Nilo al núcleo mismo de un mundo árabe que había dominado completamente en los años 60. Eso explica la resistencia europea y estadounidense a dejar caer a Moubarak y el interés enorme en gestionar la “transición” en favor de Israel, que se crispa al otro lado de la frontera. La evolución de Egipto será fundamental a la hora de valorar la capacidad real de transformación de las revoluciones árabes, en las que el gas y el petroleo juegan sin duda un papel fundamental, pero no mayor que el apoyo occidental al proyecto colonial sionista de Palestina.
Desde el 11 de febrero el ejército -que controla tradicionalmente el 35% de la economía- ha alternado las concesiones populares con la continuidad más estricta respecto del pasado. La negativa a aceptar créditos del FMI en nombre de la soberanía nacional, la revisión muy moderada de las relaciones con Israel y la renacionalización de algunas empresas privatizadas bajo Moubarak, son medidas que se vieron negativamente equilibradas por la clara colusión con los Hermanos Musulmanes en el referendum del 19 de marzo para la reforma constitucional, la nueva ley electoral -que permite el regreso al parlamento de partidarios de Moubarak- o la prohibición de huelgas y manifestaciones. En términos de represión, mientras se juzga de manera espectacular al dictador (y con pocas garantías procesales), tribunales militares aplican penas sumarísimas a miles de jóvenes participantes en las protestas (hasta 12.000 en los últimos meses). En todo caso, las luchas siguen activísimas frente a una contrarrevolución interesada en mantener la “estabilidad” en un país geoestratégicamente central del que depende -mucho más que de Túnez- el destino del mundo árabe en general y de las revoluciones en curso. “Estabilidad”, en este caso, quiere decir continuidad estructural en los dos ámbitos de interés innegociable para la UE y EEUU: liberalización de la economía y apoyo al Estado de Israel.
El caso de Libia no es una excepción, aunque sin duda complica mucho el asunto y emborrona los análisis, sobre todo en el campo de las izquierdas anti-imperialistas. Gadafi era un dictador no menos siniestro que sus homólogos y su pueblo no tenía menos razones para contestar su poder. El 17 de febrero, cuando se produce la matanza de Bengasi, el régimen libio no constituía ninguna amenaza para el imperialismo sino que, al contrario, fungía como un complaciente aliado en la así llamada “guerra contra el terrorismo”, en el “genocidio estructural” -digamos con Hinkelammert- de las políticas migratorias europeas y en el abastecimiento de petroleo y gas a Europa y EEUU a través de contratos millonarios con ENI, Shell, BP o Repsol. Hacía años que los occidentales le habían perdonado todas sus extravagancias y crímenes; había sido recibido por Sarkozy, abrazado por Berlusconi, agasajado por Zapatero y elogiado por Condoleeza Rice. En enero de 2011, por otra parte, apenas un mes antes de la rebelión popular, el Fondo Monetario Internacional, a través de su presidente Dominique Strauss-Kahn, había felicitado a Gadafi y su gobierno por las reformas económicas emprendidas en los últimos años en su país.
Tras el fin de la misión de la OTAN, la revuelta popular espontánea original ha quedado parcialmente secuestrada y corrompida por esa intervención occidental que moldeó a su antojo, a partir de elementos liberales y desertores del régimen gadafiano, un órgano de gobierno, el CNT, que hoy encabeza Abdelrahim Elkib, tecnócrata vinculado al sector petrolífero. Pero tal y como demuestran Gilbert Achcar o Jean-Marie Cléry, la condenable intervención aérea de Francia, Inglaterra y EEUU les da muy pocas ventajas comparativas sobre el terreno. Las dificultades en Libia tienen que ver con la herencia de la propia dictadura: la ausencia de instituciones centrales y el déficit de organización y conciencia política, factores que llevan a una “doble fractura social” entre vencedores y vencidos y entre distintas fuerzas locales, así como a la imposibilidad de desarmar a las milicias, dueñas de grandes zonas del territorio, donde imponen su ley, mantienen sus propias cárceles y cometen toda clase de abusos sobre prisioneros o presuntos partidarios de Gadafi. Entre tanto, el CNT afronta no sólo la resistencia residual de elementos del antiguo régimen sino, más importante, movilizaciones sociales en Benghasi, cuna de la revuelta, que cuestionan la legitimidad del nuevo gobierno y exigen una ruptura total con el pasado.
La Gran Revuelta Arabe ha puesto y pone sobre todo en dificultades a los imperialistas, cuyos gobiernos amigos en la zona se ven amenazados por las revueltas populares. Todos los dictadores, he dicho, eran aliados suyos. No es verdad. Hay una excepción: Bachar Al-Asad en Siria. El único obstáculo para los planes de la UE, EEUU e Israel en el Magreb y en el Próximo Oriente, era el régimen sirio, del que en cualquier caso pueden decirse las mismas cosas que de todos los demás: asfixió la vida política, social y económica de su población, sobre todo de los más jóvenes. Las revueltas, que comenzaron el 20 de marzo y que han matado a más de 5000 personas, son tan legítimas como en cualquier otro país de la región, pero en este caso, al contrario de lo que ocurría con Libia y Gadafi, sí pueden amenazar el delicadísimo equilibrio de Oriente Próximo y por eso mismo, en principio, todos los agentes regionales se alinearon, activa o pasivamente, con el régimen. También Israel, cuyos analistas militares llamaron la atención sobre el hecho de que Al-Assad era “el mejor enemigo que podemos tener”, y que una democracia en Siria sólo podía aislar aún más al Estado judío en el contexto de la región. También EEUU, cuyas vagas declaraciones de condena trataron de forzar reformas sin tumbar el sistema. También Turquía, vecino y aliado que tardó varios meses en cambiar radicalmente de posición para convertirse hoy -como instrumento de los EEUU o llevado de sus propias ambiciones regionales- en el máximo detractor del régimen sirio.
Aliado de Irán y de Hizbulah en el Líbano, después de 11 meses de matanzas y ante la perspectiva de guerra civil, son muchas ahora las fuerzas interesadas en desestabilizar y derribar el régimen. Da la impresión de que la beligerancia de Occidente y de la Liga Árabe está dando paso -frente a la respuesta de Rusia- a una solución negociada a muchas bandas de la que serán excluidas o marginadas -si no directamente sacrificadas- las fuerzas populares protagonistas de la revolución. La división dentro de la oposición y la apuesta del Consejo Nacional Sirio, con los islamistas a la cabeza, por el “modelo libio”, complica aún más las cosas, tanto desde el punto estratégico como ideológico, pero mantendrá el “equilibrio” mortal que prolonga sin solución la agonía del pueblo sirio. Esta tendencia puede verse descarrilada, o al menos deformada, por la propia dinámica acción-represión, que ha alcanzado un punto difícilmente reversible, y por la creciente militarización de las movilizaciones.
Túnez va a jugar un papel fundamental en los proyectos “estabilizadores” del Maghreb. Por un lado, su mayor homogeneidad y su menor tamaño determinan que el primer país donde estalló la revolución sea el primero también en adoptar una institucionalidad democrática formal. Al mismo tiempo, las elecciones a la Constituyente del pasado 23 de octubre dieron la victoria a las fuerzas islamistas reprimidas durante décadas de dictadura, desencadenando un proceso tan contagioso en los países vecinos como lo fue la propia revuelta. Basta ver el resultado de las elecciones de Marruecos o de Egipto y el renovado empuje del islamismo en Argelia. En Libia, donde la criminal intervención de la OTAN no proporciona a las potencias occidentales ninguna ventaja comparativa, esas fuerzas islamistas son las únicas capaces de construir sociedad civil e instituciones estables; y en ese sentido será determinante la influencia del Nahda tunecino, partido que mantiene relaciones privilegiadas con los Hermanos Musulmanes libios.
Durante los próximos meses vamos a asistir a un forcejeo entre los partidos islamistas y los mismos gobiernos occidentales que apoyaron dictaduras feroces para contenerlas. Si es aventurado decir que el islamismo -ahora “democrático”- vaya a enfrentarse al imperialismo, mucho más absurdo es pretender que es y ha sido siempre un obediente peón imperialista. Los islamistas harán toda clase de concesiones económicas y políticas, pero permanecerá siempre viva la cuestión que garantiza el carácter anti-imperialista de unos levantamientos que en su origen no son ni de izquierdas ni de derechas, ni políticos ni islámicos: Palestina. Los gobiernos islamistas que surjan en la región se verán prisioneros de esta doble presión: la de EEUU e Israel y la de los propios pueblos insurgentes, cuyas demandas sociales y económicas insatisfechas son inseparables de su enérgica conciencia anti-sionista.
En este sentido, habrá que estar muy pendientes de las nuevas subpotencias regionales que asoman la cabeza en Oriente Próximo y en el Golfo y que buscan gestionar en su favor la Primavera Árabe al mismo tiempo que contener el contagioso descontento de sus poblaciones. Enfrentados entre sí, el Golfo Árabe e Irán verán muy probablemente activarse protestas y movilizaciones populares. De hecho, dos de los levantamientos más importantes y más olvidados se han producido en Yemen y Bahrein y Arabia Saudí, Kuwait y los Emiratos ya han sentido sus vibraciones y tendrán que afrontar en los próximos meses demandas crecientes de democracia popular. El enfrentamiento entre el Golfo árabe e Irán -de acuerdo sólo en acabar con las revoluciones árabes- llevará a un creciente conflicto, inducido y alimentado de manera interesada, entre sunníes y chíies. Torcer las demandas democráticas hacia enfrentamientos religiosos, sectarios y civiles formará parte de las estrategias destructivas instrumentalizadas por las dictaduras locales y por las potencias occidentales contra la Primavera Árabe.
Un año después del gesto de Mohamed Bouazizi en Túnez, la contrarrevolución no ha dejado de avanzar, pero de algún modo tiene que hacerlo ya en un mundo nuevo, en respuesta a una decisión anterior tomada en otra parte, por otras fuerzas, por la sublevación inesperada de los pueblos. Esas fuerzas populares, allí donde las dictaduras han dejado paso a instituciones democráticas, han quedado por el momento fuera de juego, pero han franqueado el camino a un nuevo orden regional presidido -si no lo impide el caos inducido y la guerra global- por los partidos islamistas moderados, con los que EEUU y la UE tendrán que negociar para seguir defendiendo sus intereses en la zona.
Como ocurrió en toda América Latina tras la victoria electoral de Chávez en 1998, la experiencia de Túnez -foco primero de las revoluciones árabes- marcará la pauta de lo que ocurrirá en todo el mundo árabe si se deja votar a egipcios, argelinos, marroquíes, libios, sirios, etc. La democratización del norte de Africa y de Oriente Próximo implica necesariamente -hay que aceptarlo así- una reislamización provisional, aun si en otro formato, de toda la región (como la democratización de América Latina llevó al poder a movimientos indígenas e izquierdas sociales). Se contagió el levantamiento y se contagiará también el voto, allí donde, por lo demás, los partidos islamistas constituyen las únicas fuerzas realmente organizadas para administrar los Estados. No debemos alegrarnos, pero tampoco asustarnos. Cuando un sector de la izquierda europea prolonga y alimenta la “alarma islamista” que legitimó durante años las más feroces dictaduras está apoyando objetivamente a las fuerzas más reaccionarias en Europa -y a sus cómplices regionales, residuos muy activos y muy desestabilizadores del Ancien Regime- y está además renunciando a la posibilidad de moldear desde dentro un islamismo que sea no sólo democrático sino además soberanista y contrahegemónico. Han pasado más de 30 años desde que Jomeini apartó primero y masacró después a los comunistas para convertir el Irán revolucionario en un Irán tiránico y reaccionario. Han pasado 20 desde que un golpe de Estado, apoyado por las potencias occidentales, abortó el proceso electoral en la Argelia del FIS. El mundo no es el mismo, la relación de fuerzas tampoco; no hay guerra fría ni Unión Soviética, la UE se hace pedazos, los EEUU se tambalean y, si todo puede ser mucho peor, nada es igual. Y no es Irán sino Turquía el que domina en estos momentos el imaginario islámico de unos pueblos, reprimidos y humillados durante décadas, que quieren conciliar su identidad musulmana con el acceso a bienestar económico y libertades democráticas. Podemos decir que esa ilusión es tan alienante como el sueño del retorno a los Primeros Califas, pero concedamos que los procesos revolucionarios son largos, que los cambios en la región no han hecho sino empezar y que la laicización y democratización del mundo árabe pasa inevitablemente por el control islamista de las instituciones, que las propias poblaciones tendrán que combatir y derrotar políticamente sin injerencias exteriores.
Una última cosa está clara: los pueblos árabes, tras décadas de petrificación, han desencadenado una enorme revolución democrática, poniendo en dificultad con ello a todas las fuerzas en conflicto, de derechas y de izquierdas. En eso están de acuerdo todos: la democracia en esta zona del mundo no sólo es incómoda sino directamente desestabilizadora. Puede tener efectos incluso apocalípticos. El dilema es angustioso. Ya no se puede volver atrás, pero no se puede permitir de ninguna manera que los árabes decidan su propio destino. Según el país y el escenario, una combinación de pequeñas concesiones, discretas conspiraciones y duras intervenciones tratarán de salvar el mundo de estos árabes bárbaros y de sus demandas absurdas de democracia y dignidad, fuente una vez más de todas las amenazas. En eso parecen coincidir los estrategas del Pentágono y los líderes de la izquierda mundial.
(Autor: Santiago Alba Rico)
(Presentamos una serie de lecturas de interés y actualidad sobre las secciones habituales)
Informes y conferencias de organizaciones internacionales
Informe sobre Desarrollo Humano 2011:Sostenibilidad y equidad: un mejor futuro para todos. PNUD. El Informe afirma que los apremiantes desafíos globales de sostenibilidad y equidad deben tratarse de forma conjunta y, al mismo tiempo, identifica aquellas políticas a nacionales y globales que podrían dar un impulso a la consecución de estos objetivos vinculados.
The World Development Report 2011: Conflict, Security and Development. Banco Mundial. El costo medio de un conflicto civil equivale aproximadamente a 30 años de crecimiento del PIB en un país en desarrollo de tamaño mediano, mientras que los países que se encuentran en crisis prolongadas pueden retrasarse hasta más de 20 puntos porcentuales respecto de la superación de la pobreza. Para alcanzar la seguridad y el desarrollo en el mundo, es fundamental hallar modos ei caces de ayudar a las sociedades a escapar de nuevos brotes o de ciclos repetidos de violencia, pero esto requiere un profundo replanteo, que incluya revisar el modo en que se evalúan y se gestionan los riesgos.
Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Durban, Sudáfrica. COP 17. La Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático ha reunido a representantes gubernamentales y de la sociedad civil de todo l mundo, así como organizaciones internacionales. El principal objetivo ha sido debatir sobre los avances en la implementación de la Convención y del Protocolo de Kyoto, así como del Plan de Acción de Bali acordado en la COP 13 en 2007 y los Acuerdos de Cancún adoptados en la COP 16 en 2010.
Cuarta reunión de Alto Nivel sobre la Eficacia de la Ayuda de Busan. Naciones Unidas. La conferencia en Busan (Corea Sur) es la continuación de los foros de alto nivel sobre eficacia de la ayuda desarrollados en Roma (2003), París (2005) y Accra (2008) y ponen término al proceso liderado por la OCDE y la Dirección de Cooperación al Desarrollo (DAC) lanzado con la Declaración de París en 2005.
Revista Española de Desarrollo y Cooperación. NºExtraordinario: Microfinanzas y el Desarrollo: Reflexiones el marco de la Cumbre Mundial del Microcrédito. IUDC. Noviembre 2011.
La cooperación al desarrollo descentralizada: una propuesta metodológica para su análisis y evaluación. Koldo Unceta; (et.al). Hegoa, 2011.El texto es el resultado del trabajo llevado a cabo por el Grupo de Investigación sobre Análisis y Evaluación de Políticas de Cooperación al Desarrollo del Instituto Hegoa (UPV/EHU), desde octubre de 2009 hasta junio de 2011. El punto de partida fue la preocupación, largamente compartida, por la escasa fundamentación teórica de la cooperación al desarrollo descentralizada, y por la ausencia de un marco de referencia desde el que poder analizar y evaluar la misma.
La cooperación y el desarrollo humano local: Retos desde la equidad de género y la participación social. Mercedes Larrañaga; (et.al). Hegoa, 2011. El objetivo principal de esta publicación consiste en aportar elementos claves de carácter teórico-práctico para la mejora de la calidad de la cooperación descentralizada vasca. El hilo conductor que guía todas las aportaciones incluidas es la reflexión en torno a dos ejes fundamentales del desarrollo humano local, la equidad de género y la participación social, con el fin de que sirvan para avanzar tanto en el desarrollo teórico de esta propuesta como en sus aplicaciones más prácticas.
No es un juego: la especulación frente a la seguridad alimentaria. Intermón Oxfam, 2011. La especulación financiera puede desempeñar un papel importante a la hora de ayudar a gestionar los riesgos tanto a los productores de alimentos como a los consumidores finales; sin embargo, en vista de los daños que una especulación excesiva puede causar a millones de personas, es necesario actuar inmediatamente para abordar este problema.
Declaración asamblea de movimientos sociales FSM, Porto Alegre. Del 24 al 29 de enero de 2012 se ha celebrado en Porto Alegre (Brasil) el Foro Social Temático: Crisis capitalista, justicia social y ambiental que ha reunido a miles de activistas, mayoritariamente de Brasil y América Latina.